dilluns, 31 d’agost del 2015

'El vino de la soledad' (Salamandra), de Irène Némirovsky


En 1935, fecha en que se publicó esta novela, la autora ucraniana ya era una escritora consolidada y reconocida en Francia. Habían pasado seis años desde la publicación de la obra que la catapultó, David Golder, y aún mantenía el prestigio literario que había admirado incluso a sus colegas de letras. Nada hacía presagiar el destino funesto que interrumpiría ese ritmo literario que destilaba a un ritmo constante obras de la envergadura de El baile, Nieve en otoño o Jezabel

Irène Némirovsky, afincada en París desde hacía más de quince años, escribía mientras la historia hilvanaba la catástrofe. Ajena a ella, la escritora se dejaba llevar por los mismos recuerdos que gestaron David Golder para construir el argumento de su propia vida.

El vino de la soledad es la historia de una ausencia afectiva, de la carencia antinatural del amor materno con todas sus consecuencias. Este sentimiento ya lo había reflejado la autora cinco años antes en El baile, pero lo que en ese relato se condensaba en una potentísima anécdota alcanza en esta novela la profundidad de toda una existencia. Una vida marcada por una progenitora completamente abstraída de su progenie. Una mujer banal que, instalada en el egocentrismo, se limita a ignorar la infancia de su hija y a pasar por alto sus tribulaciones de adolescente, preocupada únicamente de que su crecimiento la envejece a ella.

El marco en el que se desarrolla la acción son los primeros años del siglo XX, en los distintos hogares en los que transcurrió la infancia y la adolescencia de Némirovsky: la casa familiar en Ucrania, la estancia en San Petersburgo y, más adelante, el exilio a Finlandia como preámbulo a su definitiva ubicación en París. En ese trasfondo cambiante, vemos el crecimiento de la niña y la lucha obstinada de su madre por evitar la madurez. Ambas se presentan como los opuestos de una dualidad que enfrenta sensibilidad y egocentrismo, intelecto y vacuidad, ser y apariencia. Una lucha en la que la protagonista está sola, aislada en su búsqueda de afecto, ante la insaciable necesidad materialista que mueve a sus padres.

En El vino de la soledad la autora vuelve a diseccionar el mundo de las apariencias y, de paso, el alma humana. Con una precisión exquisita, retrata una vez más la potencia de los sentimientos y su alcance a través del tiempo creando una historia universal. 

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